Después de despertar -como la mitad del país- durante la madrugada del 27/feb/2010, me quedé acostada, disfrutando el vaivén. Cuando se hizo más fuerte, me senté en la cama y vi cómo se sacudían los muebles. Cuando acabó, me volví a acostar. Pero la histeria colectiva y ajena no me dejó dormir.
El 3 de marzo de 1985 yo tenía tres años. Recuerdo haber estado rayando (dibujando o escribiendo), agachada junto a una mesita de centro que era de fierros y vidrio grueso. Recuerdo que algo extraño pasaba, que todo sonaba raro, que vi el mundo como si estuviese un poco... muy mareada. Recuerdo el grito de susto de mi mamá, que estuvo más parecido a un suspiro fuerte que a un grito, recuerdo su preocupación, su miedo. Recuerdo que me tomó en brazos y me dejó en la entrada del restaurant, junto a un portón de fierro. Nada podía caerme encima. Recuerdo que los autos en la calle dejaron de seguir su línea recta habitual que transformaron en un zig-zag bien desordenado, y las bocinas adornando el ruido ambiente, y... seguía viendo todo como si estuviese mareada. Mi mamá volvió a entrar. No sabía por qué me había dejado sola (alguna vez me lo contó, pero ya lo olvidé). Sólo sabía que estaba bien; hubo algo que sentí más fuerte que el susto y que el miedo: sentía que mi mamá estaba segura de que hacía las cosas bien, y por mí, aunque yo no entendiera nada. El 3 de marzo de 1985 recibí mi "vacuna antisísmica".
Veinticinco años después, tengo la misma edad que tenía mi mamá en 1985, y siento como si tuviera muchos menos. Más aún cuando no resulta lo que no sé si quiero hacer y estoy segura de nada.
Veinticinco años después, ocurre que mi mamá no aterrizó en Chile porque su avión se devolvió, porque el aeropuerto se cerró, porque no estaba en condiciones de funcionar, porque sufrió daños, porque tembló bien fuerte el suelo de por aquí. La casa se quedó sin electricidad por 40 horas (y al prender la tv senti como si hubiese salido de un reality de encierro, viendo las imágenes del noticiero que no había podido ver). Se cayeron varios muebles, perdimos dos televisores, un accesorio de licuadora, varios vasos, platos, tazas... botellas de vidrio, de porcelana, la cubierta de una mesa de loza y uno de los pisos que hacen juego con la mesa (o lo hacían). Perdí el vinagre en que estaba transformando el Merlot Reserva 2006 de Santa Ema... ahora no encuentro ese vino en ninguna parte :( sólo está el de 2007 (me arrepiento de no haber comprado la otra botella que quedaba), y más pica me da cuando puedo sentir el olor del vinagre desparramado en algún rincón: olor a vinagre negro (pseudobalsámico, de arroz...), dulce, con toda la fruta que traía el vino, con ese aire tostado y chocolatoso que no se encuentra en cualquier parte... ayyy... yo quería ese vinagre :'( Seguramente los Merlot Reserva de Santa Ema seguirán siendo interesantes, pero sólo la cosecha 2006 la vinificó Sergio.
Sigo ordenando libros, revistas y papeles varios que botó la estantera al caer. También boto cosas que creo que no vale la pena tener. El problema es que me demoro en decidir qué sirve y qué no. Parece que todas las cosas merecieran la reconsideración de su valor, aunque sean revistas que nadie ha tocado hace años. El problema es que por algo las guardamos en vez de botarlas. El problema es que me enseñaron a guardar muchas cosas por si acaso. Al final siempre me arrepiento de (no) haber conservado algo.
Después del temblor grande, vienen los temblores pequeños.