A mi hermana le robaron su cámara. Una Nikon D60... Como la compraron al otro lado del mundo, salió menos cara que en Nikon Chile. Pero no es la plata ni la cámara lo que me tenía idiotizada hoy, sino la pérdida en sí. Hay cosas que se pierden, y nada se puede hacer por recuperarlas. Pero cuando hay cosas que verdaderamente no tienen por qué perderse (y se pierden), mi razón se vuelve furia. Me enfurece vivir en un mundito donde lo fácil se hace difícil, y lo difícil se convierte en imposible. Si encontrásemos la cámara por MercadoLibre o algo así, y localizáramos al ladrón (o reducidor), todavía tendríamos que organizar una protesta gigante en las afueras del Ministerio Público (con cámaras de TV incluídas), para que alguien note que tenemos algo que decir: resolvimos el caso... necesitamos que alguien haga su trabajo, ahora mismo. (Y suenan grillos de fondo: crí-crík).
Por si los milagros ocurren, el número de serie de la cámara es 9005320, y en las propiedades de cada foto que toma, aparece el nombre de mi hermana como Autor.
Yo soy de las que creen que sí vale la pena morirse defendiendo lo propio. No sé si sea capaz de cumplirlo llegado el hipotético momento, pero sí que estoy en desacuerdo con cada carabinero que dice que es mejor no resistirse y entregar las cosas. Carabineros... un amigo en tu camino... eso es slogan con mucho cariño pa todos los que adoran violar las leyes. Ya que los delincuentes no le temen a la Ley, ¿Puedo esperar a que le teman al ciudadano corriente? ¿Falta mucho?