20100703

Qué manera de soñar

Otra vez mis sueños y yo. Sueños de aquellos que se sueñan sin querer imaginar nada, cuando se duerme profundamente, el cuerpo parece que se tensa y la voluntad parece que no funciona... a veces dan ganas de controlar algo, de moverse, de respirar, de despertar, y no hay caso: no se puede.

La ventana de mi antiiiiiiiiguo dormitorio tenía el marco chueco, la madera estaba húmeda, y afuera llovía y llovía y llovía. Necesitaba cerrar bien la ventana, pero al mismo tiempo quería seguir mirando p'afuera... cosa que no se puede hacer si el vidrio no es transparente.

Me miré al espejo y sonreí. Mis dientes eran perfectos (ni muy grandes ni muy chicos, de colorcito A1) y uniformes, y sentí que eso era de lo más normal del mundo.

Me perdí en un barrio antiguo de Santiago, buscando el local de mi mamá. Dejé el auto más lejos de lo que creía, y mi primita no es buena para caminar. Pasé por plazas, iglesias y museos, en uno de ellos hacían recreaciones históricas... me recordó una escena de "Hannibal". Al final encontré por dónde ir y odié devolverme y encontrarme con la gente que ya se había cruzado en mi camino.

Volví al colegio, otra vez. Y faltaba a clases por la tarde porque a veces no tenía ganas de ir, y otras veces porque olvidaba ir. Subía y bajaba escaleras, recorría patios y pasillos... todo laberíntico. Dejé de dar pruebas porque olvidaba ir por las tardes y la negligencia terminó por ganar, aunque le había pedido ayuda a mis amigas para recordar que tenía pruebas y clases por las tardes, la verdad es que no resultó. Al final-final, renuncio: no voy más al colegio porque no tiene sentido estar ahí.

Anduve de paseo con mi ex. En verdá era la pura cara, pq en todo lo demás, me sentía como paseando con el actual. Estaba en un lugar como el CEAT, con los cabros haciend prácticas de verano y todo eso. Vi un árbol de pumelos gigantes (como un racimo de uvas dado vuelta, donde las bayas eran pumelos), unos higos dobles grandes, largos como paltas florentinas, y con una pulpa que parecía tinta de plumón. Salimos a almorzar, saltamos de Talagante a Santiago en dos cuadras... hasta me pregunté si nos habremos metido en uno de esos míticos pasadizos espaciotemporales, porque no entendía nada-nada. Almorzamos donde primero encontramos, y al final, una señora -la dueña- me agarra como gitana embaucando escolares ilusas (y yo me portaba como adolescente ilusa, que la dejó hacer lo que quisiera). Tomó un montón de papeles grandotes como planos y mapas, y me los empezó a corchetear en la espalda... del cuello a las caderas... uno y otro papel, algunos doblados, otros menos doblados, otros estirados. Hasta un par de alfileres de gancho me puso... atravesó carne, dejó sangre... En realidad la sangre la vi cuando me fui de ahí, y empezamos a correr. No escapando, sino corriendo por gusto. No me sentía cómoda con todas esas cosas corcheteadas sobre mí, así es que me las traté de sacar, mientras recordaba el día en que me corcheteé un dedo por andar disparando corchetes al aire. Quitados todos los corchetes, me quedaba el par de alfileres, que no eran chicos. Cuando me saqué los alfileres, los vi ensangrentados y con un montón de sangre coagulada sobre ellos, como sacada de la utilería de CSI. Mientras tanto, mi acompañante siguió corriendo; en un principio creo que me ayudaba a quitarme las cosas ésas, pero luego volvió a correr solo. Ahí dejé de sentir que era Sergio, porque se portaba como J. y su complejo de Forrest Gump: corre Forrest, corre.


Hay días en que me gustaría ser tonta. Hay noches en que me gustaría no soñar.