20110914

Septiembre

No sé si he escrito sobre esto antes: NO me gusta el mes de septiembre.

No me gustan los días largos. No me gusta el calor. Soy cada año más alérgica que el anterior. La gente se vuelve inquieta (si yo tuviera un laboratorio farmacéutico, el nombre comercial de mis anfetaminas empezaría por "Sept-"), les aparecen las ganas de hacerlo todo... y de paso, celebrarlo todo. Y como dato anecdótico, mis bisabuelos se murieron a principios de septiembre, aunque con años de diferencia; así es que el chiste de pasar agosto no me causa mayor gracia ("pasar septiembre", sería un mejor dicho).

Igual es rico sentir que no moriré de frío por las noches. También es agradable ver a la mayoría de las especies floreciendo. Y creo que todo eso es lo agradable de la primavera.

Tengo un Aloe vera en una maceta. Uno de verdad, y no un A. arborescens ni ninguno de sus parientes cercanos con los que suele ser confundido incluso en televisión. La primavera pasada floreció por primera vez. Fue emocionante el día en que noté que venía una vara floral creciendo en vez de -y en medio de- más hojas carnosas. Luego noté que crecía bastante rápido, y no me di ni cuenta cuando ya había empezado a abrir decenas de florcitas. Unos días de floración y acabó el espectáculo, pero la emoción de ver a mi Aloe florecer se acabó antes que la floración. No vi que dejase semillas. Es difícil que me emocione por algo, y si lo hago, se me pasa pronto. Estuvo linda la floración, pero ya pasó. Este año, mi Aloe trae dos sorpresas: por una parte, la vara floral trae dos inflorescencias en vez de una, aunque una es más grande que la otra; por otra parte, viene con un hijuelo... o sea que también tendré un Aloe grande y un Aloe chico. ¿Súper...? sí, pero en realidad no. Interesante tal vez, pero emocionantemente alegre, no. Ya no me pasan esas cosas.

Sergio se emociona cada vez que siembra algo y las semillas empiezan a germinar. Yo no. Una vez, como a los seis años se me ocurrió sembrar un porotito que estaba en el refrigerador de mis papás (mis padres tenían un refrigerador en su pieza), y sí me alegré mucho. De ahí en adelante, la germinación se me hace normal... y en ningún caso es que germine todo lo que siembro, menos aún sobrevive todo lo que trasplanto. ¿Será realmente mala mi falta de emoción?

Estoy cansada de las fiestas de septiembre, tan cansada como de las fiestas de fin de año, y tan aburrida como de cumplir años. El 20 de septiembre es típico que el olor a parrilla encendida provoca náuseas, el olor a cebolla y comino reside en el tracto digestivo y es imposible deshacerse de él, y eso que hace mucho tiempo que dejé de comer hasta el hartazgo. Pero es lo único que trae el menú... así es que tampoco es mucho lo que se podría prevenir sin pasar por antisocial. En el caso de mi familia, hay que sumar la celebración del festival de la luna (o festival de otoño, o fiesta de la cosecha... en un día de septiembre u octubre, según el año) y los mooncakes: otra cosa que parece ser obligatorio comer en abundancia como si de lo contrario acabase el mundo. Pero no, el mundo no se acaba, sino que es el comestible que abunda en esas fechas, acompañado de una extraña alegría sinsentido que no requiere de alcohol para existir.

Pareciera ser que estoy al borde de perder el respeto que me queda por las costumbres, lo ceremonial y lo ceremonioso. No sé si lo pueda perder por completo; mal que mal, se trata del respeto por los demás, pero... ¿y el respeto a mí? Esto de que se vea feo pensar distinto creo que es lo peor de todo (Oh, me acordé de las noticias: CONFECH y J. Fano). Me siento rara... ¿Soy rara o estoy de verdad y completamente mal?


No tengo ningún comentario ná que ver para esta entrada, y lo siento.