Hace algunos-cuantos-varios años, tener microondas era genial. Era genial porque no me importaba que el pan se volviera chicloso: lo importante era que el queso se derretía rápido. Con el tiempo, la emoción de calentar el pan con queso en el microondas fue decreciendo, y aumentando la decepción con cada pan chicloso que se volvía duro, o cada pan que terminaba bañado en queso-agua mientras el resto del queso se perdía en el plato. Algunos podrían alegar que eso no era tan malo, porque el queso seco se transformaba en una especie de galleta de queso... que a mí nunca me pudo gustar mucho.
Así, con el tiempo, empecé a valorar el pan tostado: crujiente por fuera (con su ligero olor a quemado), suave por dentro, y -dependiendo del grado de tostado- recalentable entre una y dos veces, sin perder sus encantadoras propiedades originales. Ah! y manteniendo el queso más o menos en su lugar. Divino.
Se comprenderá entonces lo terrible de una pizza hecha en microondas, o un sándwich... y que más encima se venda por un precio tres veces mayor al que se ofrece en una cafetería escolar!! Así la comida pierde hasta el encanto que no alcanzaba a notársele antes... mal-mal-mal. Terrible (ya lo sufrí en Gelato's de paseo Estado, y en Dulces Millahue de ruta 68 en dirección a Santiago).
Yo prefiero el horno de convección, eléctrico... mientras más compacto, mejor (aún no tengo uno). El microondas que se quede para la comida que contiene mucha agua, y para calentar comida ya preparada. Nada más.
El mundo me parece más feo que antes.