Hace algunos-cuantos-varios años, tener microondas era genial. Era genial porque no me importaba que el pan se volviera chicloso: lo importante era que el queso se derretía rápido. Con el tiempo, la emoción de calentar el pan con queso en el microondas fue decreciendo, y aumentando la decepción con cada pan chicloso que se volvía duro, o cada pan que terminaba bañado en queso-agua mientras el resto del queso se perdía en el plato. Algunos podrían alegar que eso no era tan malo, porque el queso seco se transformaba en una especie de galleta de queso... que a mí nunca me pudo gustar mucho.
Así, con el tiempo, empecé a valorar el pan tostado: crujiente por fuera (con su ligero olor a quemado), suave por dentro, y -dependiendo del grado de tostado- recalentable entre una y dos veces, sin perder sus encantadoras propiedades originales. Ah! y manteniendo el queso más o menos en su lugar. Divino.
Se comprenderá entonces lo terrible de una pizza hecha en microondas, o un sándwich... y que más encima se venda por un precio tres veces mayor al que se ofrece en una cafetería escolar!! Así la comida pierde hasta el encanto que no alcanzaba a notársele antes... mal-mal-mal. Terrible (ya lo sufrí en Gelato's de paseo Estado, y en Dulces Millahue de ruta 68 en dirección a Santiago).
Yo prefiero el horno de convección, eléctrico... mientras más compacto, mejor (aún no tengo uno). El microondas que se quede para la comida que contiene mucha agua, y para calentar comida ya preparada. Nada más.
El mundo me parece más feo que antes.
20110309
20110303
La diferencia entre los meses de febrero y marzo, es que en marzo la gente está, y está alterada ya. Hasta yo me alteré ayer: Vicuña Mackenna, entre 4:30 y 5 pm, con máquinas atravesadas en ¡tres! puntos de la avenida (y no supe más porque no anduve más por ahí), y cortando dos de tres pistas. Volviendo a lo anterior... bueno, me preguntaba por qué a la mayoría le gusta salir de vacaciones en febrero; si todos salen de la ciudad al mismo tiempo, ocurre que los lugares de veraneo se llenan al mismo tiempo, ¿no? Y es estresante andar por una avenida-costanera buscando estacionamiento... y sin auto, el sólo hecho de llegar a una playa/camping/parque lleno, ¿no es también estresante? Y para el regreso, la misma cosa: todos usando las mismas carreteras al mismo tiempo... y finalmente, todos corriendo en marzo, al mismo tiempo. Si alguien recargó sus pilas, debe haberlas gastado instantáneamente en cada aglomeración ("las agotaron en el peaje", dijo mi amiga Claudia).
Fuera de las vacaciones, parece que a la gente -en el fondo- le gusta esa tensión provocada por la presencia de otras personas, aunque vivan quejándose de ello; basta ver cómo un local lleno sólo atrae más gente, aunque hay que admitir que a veces la multitud tiene razón: sea lo que sea, es más barato o es más rico en ese local lleno. Pero creo que la gran mayoría de las veces la cosa no es tan cierta, incluso si se trata de un lugar famoso (ups... me acabo de acordar de las empanadas de La Picá de Huentelauquén: 2 de 3 salieron llenas de queso... que no era queso puro, o era puro queso mal hecho; primera vez que iba y no pretendo volver pronto). Ni la cara de los clientes felices me podrá convencer de lo contrario... es que la mayoría se conforma con tan poco que no soy capaz de confiar en ellos.
Cambiando de tema, el cumpleaños mío de este año pasó sin ganas de ser celebrado. No es que no quisiera cumplir años, sino más bien, que no sentía nada. Nada bueno, nada malo. Nada. (...) OK, sí sentía algo malo: todos felices por mi cumpleaños, y yo sin entender por qué era tan bueno estar de cumpleaños. Me pasa seguido esto de no entender nada: Sergio puso repisas en su bodega, pudo bajar algunos cachivaches, y él estaba feliz. Lo siento mucho, pero para mí sigue siendo una bodega y ya; puedo decir que quedó bien, pero nada más.
Yo creo que no siento, pero mi nariz... uf! Mi olfato da susto... estoy como cuando chica, en que sentía un olor que no me gustaba y me ponía a llorar, o a toser, o a aguantar la respiración, o todo lo anterior. Así mismo ando... aunque lo que más hago es toser; hay días en que no soporto ni el olor de mi cara, y entonces me lavo la cara, pero sin jabón (en días así, el riesgo de alergias pasan a segundo plano: el olfato manda). ¿Será mi nariz la que me impide disfrutar de la comida normal? Porque de las... no sé... ¿ocho? veces que comí afuera durante febrero, creo que disfruté una sola... dejémoslo en una y media; después de eso, McDonald's ha pasado de ser comida normal a ser comida divina (ya se le va a quitar).
El día en que mamá y hermanita volvieron a Chile fue raro... me puse a llorar. No sé si era angustia, ansiedad o rabia. Sé que no era nada bonito, menos para una bienvenida. Todavía no sé qué pasó, excepto que mamá y hermanita volvieron a casa, sanas y enteras.
Fuera de las vacaciones, parece que a la gente -en el fondo- le gusta esa tensión provocada por la presencia de otras personas, aunque vivan quejándose de ello; basta ver cómo un local lleno sólo atrae más gente, aunque hay que admitir que a veces la multitud tiene razón: sea lo que sea, es más barato o es más rico en ese local lleno. Pero creo que la gran mayoría de las veces la cosa no es tan cierta, incluso si se trata de un lugar famoso (ups... me acabo de acordar de las empanadas de La Picá de Huentelauquén: 2 de 3 salieron llenas de queso... que no era queso puro, o era puro queso mal hecho; primera vez que iba y no pretendo volver pronto). Ni la cara de los clientes felices me podrá convencer de lo contrario... es que la mayoría se conforma con tan poco que no soy capaz de confiar en ellos.
Cambiando de tema, el cumpleaños mío de este año pasó sin ganas de ser celebrado. No es que no quisiera cumplir años, sino más bien, que no sentía nada. Nada bueno, nada malo. Nada. (...) OK, sí sentía algo malo: todos felices por mi cumpleaños, y yo sin entender por qué era tan bueno estar de cumpleaños. Me pasa seguido esto de no entender nada: Sergio puso repisas en su bodega, pudo bajar algunos cachivaches, y él estaba feliz. Lo siento mucho, pero para mí sigue siendo una bodega y ya; puedo decir que quedó bien, pero nada más.
Yo creo que no siento, pero mi nariz... uf! Mi olfato da susto... estoy como cuando chica, en que sentía un olor que no me gustaba y me ponía a llorar, o a toser, o a aguantar la respiración, o todo lo anterior. Así mismo ando... aunque lo que más hago es toser; hay días en que no soporto ni el olor de mi cara, y entonces me lavo la cara, pero sin jabón (en días así, el riesgo de alergias pasan a segundo plano: el olfato manda). ¿Será mi nariz la que me impide disfrutar de la comida normal? Porque de las... no sé... ¿ocho? veces que comí afuera durante febrero, creo que disfruté una sola... dejémoslo en una y media; después de eso, McDonald's ha pasado de ser comida normal a ser comida divina (ya se le va a quitar).
El día en que mamá y hermanita volvieron a Chile fue raro... me puse a llorar. No sé si era angustia, ansiedad o rabia. Sé que no era nada bonito, menos para una bienvenida. Todavía no sé qué pasó, excepto que mamá y hermanita volvieron a casa, sanas y enteras.
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