20140823

Érase una vez: Yo+Ritalín

Bah. Me había olvidado de que tenía blog.
OK, eso es mentira. No he olvidado que tengo blog. Sí se me olvidó que tenía pensada una serie de posts sobre ciertas faunas humanas (y léase "faunas" —en plural— como cuando se lee "gentes"), y que debería continuar la serie. Y esto del olvido parece ser reinteresante para iniciar esta entrada en que ¡por supuesto! no estoy muy segura de lo que voy a narrar, pero sí sé sobre qué tema será. Y aún no se me ocurre un título original para ello, pq la wá es demasiado obvia.

Acabo de leer un post sobre diagnóstico de trastorno de déficit atencional en adultos. Un post de divulgación, no más, pero bueno... fue lo que gatilló mis recuerdos. Mis recuerdos de adulta (como se dice coloquialmente: "en teoría") recibiendo su primera medicación "infantil".

Uno de los síntomas del trastorno depresivo, es la falta de concentración... con algunos problemas de menoria. No es que toda la gente con depresión tenga problemas de atención, pero sí los hay, y no somos pocos. Yo he tenido problemas de concentración toda la vida, pero en mis temporadas con depresión mayor, la falta de concentración ha sido im-pre-sio-nan-te. La primera vez, iba a clases, entendía todo perfecto, salía de la clase... y se me revolvían las cosas. Ya no sabía si había entendido todo, y de un segundo a otro, ni siquiera estaba segura de haber puesto atención toda la clase. Solo me quedaba una sensación perdida de que había estado allí, y que había entendido todo, pero en cuanto a conocimiento nuevo... sentía un vació entre mis oídos. Me habían recetado un medicamento para la concentración, pero yo me sentía igual. Por fortuna, sobreviví a todo esto. Calificaciones no-bellas, pero todos los cursos del semestre aprobados... menos uno. Bueno, nada que no le haya pasado a nadie.

La segunda vez, ya había terminado la universidad, solo faltaba la tesis para el título profesional. Tenía problemas para concentrarme, tenía problemas para recordar los artículos que había leído, necesitaba hacer resúmenes de todos ellos para leerlos y releerlos sin tener que analizar todo texto como si fuera nuevo. Tenía serios problemas para funcionar. El procesador de mi cerebro funcionaba rebién, pero las memorias fallaban estrepitosamente. La sensación es la de estar haciendo algo, y pensar constantemente en el sentido de lo que se realiza... sin tener respuesta, y eso te deja sin hacer nada, una y otra vez.

También recuerdo que olvidaba instrucciones sencillas: cosas que me pedían que hiciera, y que yo no hacía porque olvidaba la instrucción que además negaba honestamente haber recibido. O recordaba el encargo, no lo realizaba, pero estaba segura de haberlo hecho. O hacía cosas, que después negaba —siempre sinceramente— haber hecho. Horrible. ¡Incluso me daban ganas de empezar a creer en duendes!

Por supuesto, estas cosas se conversan tarde o temprano con el psiquiatra, y pasado un tiempo, se empieza a notar cuánto molestan y cuán mal se está funcionando a pesar de todas las creativas técnias ayudamemoria que se puedan probar o inventar (y probar). Entonces, después de descubrir que mi atención y concentración nunca fueron suficientemente normales, y asumir que ya se aleja con ganas de la normalidad, llega el momento de pedirle ayuda a las moléculas. ¿Mentix? No. Ya lo había probado en el pasado, sin cambios notables (el curso reprobado es prueba). Ni subiendo la dosis al doble, como sugirió una amiga que en ese momento era vendedora en una farmacia (anécdota que también se comenta con el doctor). "Puchas, te voy a tener que recetar anfetaminas", dijo finalmente mi psiquiatra... y así me gané una receta especial pa comprar Ritalín.

¿Feliz? No. No soy activista-naturalista-antiquímica, pero no me gusta tomar medicamentos. Me desagrada a tal punto, que normalmente olvidaba mis antidepresivos y necesitaba siempre de un recordatorio para tomarlos. Y eso también lo sabía mi doctor, quien me respondía "bueno, no es normal tomar medicamentos", y es cierto. Uno los toma porque los necesita, y la necesidad de recreación no cuenta en este caso.

Me recetaron Ritalín, y me sentía como un bicho raro. Es reparecido a cuando me diagnosticaron depresión. Me di cuenta  de muchas cosas, y me sentía mal de no darme cuenta antes. Uno va por la vida sin saber que tiene algo. Hay gente que siempre ha tenido problemas para ver, y no los nota hasta que alguien le presta los anteojos correctos. Así es.

Lo que hice luego, fue contarle a un amigo. No a cualquier amigo: uno que tiene 3 de 4 hermanos con déficit atencional. Uno que tiene déficit atencional igual que sus hermanos. Uno al que diagnosticaron ya mayorcito, cuando llevaba unos pocos años de estudio universitario. Me llamó por teléfono, y me convenció de que yo no era extraterrestre. Me dijo que la gente no suele hablar de estas cosas, pero que son mucho más habituales de lo que se cree. "Igual que la depresión", pensé.

A veces, me tocaba ir al médico (aparte del psiquiatra), o conversar con amigas psicólogas, o con amigos cualquiera, y al recitar los medicamentos que estaba tomando, más de alguno respondió: "¿Ritalín? ¡pero si eso es pa' los niños!", o bien "pero... oye... si tienes depresión, y el Ritalín te calma... ¿no quedas peor? Y vi que era cierto: el déficit de atención sufre de déficit de entendimiento, como el trastorno depresivo. Nadie entiende en realidad, todos creen mitos... excepto quienes fuimos azarosamente seleccionados por la vida para padecer la versión real de estas cosas, y no la versión que el trabajador estresado le cuenta al doctor para que le regale unos días de vacaciones con sueldo. La molécula esta, es para personas con déficit de atención, niños o adultos; ayuda a no desconcentrarse, que no es lo mismo que calmarse y quedarse quieto o dormido.

La molécula me sirve a mí, y a gente parecida a mí. Y lo digo yo, que —siempre escéptica— soy remala pa'l efecto placebo.


No soy una resentida antidivas: sí continuaré con la fauna del casting.
Cuando vuelva a tener ganas de escribir.